lunes, 1 de septiembre de 2008

Edgardo Cozarinsky / Bourgois, un señor de las letras

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Christian Bourgois

BOURGOIS, 
UN SEÑOR DE LAS LETRAS

Por EDGARDO COZARINSKY

Durante más de 40 años el editor francés, fallecido en diciembre de 2007, difundió la obra de los autores más importantes de su tiempo. A la Argentina lo unía un vínculo especial: la curiosidad por sus escritores y el parentesco con Eduarda Mansilla y Juan Manuel de Rosas.

“Nunca me pregunté qué tenían ganas de leer los lectores. No lo sé y no me interesa. No conozco sus gustos y sería muy arriesgado intentar halagarlos. Conozco, en cambio, los míos.” Que estas sean palabras de un editor es algo casi inimaginable a principios de este siglo XXI. Las editoriales que en algún momento señalaron rumbos y eligieron cultivar cierta idea de la literatura han pasado hoy a manos de grupos internacionales cuyos criterios de rentabilidad y difusión masiva aciertan solo esporádicamente; más a menudo producen volúmenes nacidos con vocación de saldos, perecederos como los yogures aunque no tengan impresa su fecha límite de validez.

[Christian+Bourgois.jpg]Quien las pronunció murió el 20 de diciembre de 2007. El editor francés Christian Bourgois había nacido en 1933, en Antibes, y se inició en la edición antes de cumplir veinte años, al lado de René Juillard, cuya firma iba a dirigir tras la muerte del fundador. Hubo en su vida una amistad decisiva: la que lo vinculó a Dominique de Roux, el creador de los Cahiers de L'Herne, colección de voluminosas entregas dedicadas entre otros a Borges y a Gombrowicz, a Heidegger y a Clausewitz. Así como en Italia el legendario intelectual triestino Roberto “Bobbi” Bazlen legó su proyecto editorial a Roberto Calasso, quien lo convirtió en Adelphi, el más prestigioso sello europeo, en Francia Bourgois, que había colaborado con de Roux, tras la muerte temprana del amigo editor, continuó y desarrolló en un primer momento sus elecciones. Pero su ambición era dejar una huella propia en el mundo, aún no estandarizado, de la edición francesa.

En 1966 se concretó la creación de un sello propio: las “ediciones Christian Bourgois”, cuyas tapas blancas y caracteres delgadísimos para el título y el nombre del autor fueron en los primeros años un desafío a las tendencias en boga en la época. Entre 1968 y 1992 Bourgois también dirigió la colección “10/18”, que llevó al formato de bolsillo autores y obras que no solían considerarse propicias para una difusión masiva. En 1992, su audacia lo indispuso con el grupo Presses de la Cité, dueño mayoritario de la editorial, y esta siguió un derrotero propio, con el auxilio invalorable de Dominique Bourgois, tercera esposa de Christian y la única que compartió su pasión por la literatura y su voluntad de independencia. Durante los últimos tiempos, desde que la salud declinante del fundador no le permitió atender la editorial como solía hacer ha sido ella quién la condujo con la misma exigencia. 

Es instructivo revisar su catálogo. De William Burroughs a Witold Gombrowicz, de Fernando Pessoa a Paul Celan, de Susan Sontag a Ernst Jünger, de Allen Ginsberg a Salman Rushdie, de Enrique Vila-Matas a Carlo Emilio Gadda, Christian Bourgois se colocó de entrada en las antípodas del ombliguismo parisién. Aunque también haya publicado a Boris Vian, le gustaba indagar en esos limbos de la literatura donde obras de gran originalidad son relegadas a una penumbra ajena a la moda: publicó, por ejemplo, la primera antología fuera de la lengua original de los poetas del Oberiou, el grupo vanguardista ruso liquidado por Stalin. Se atrevió, también, a traducir a María Luisa Bombal, y en este momento Dominique Bourgois tiene en carpeta a Norah Lange. Su relación con la Argentina no se limita a haber publicado una excelente traducción de El pasado de Pauls.

Conocí a Christian y a Dominique cuando publicaron la edición francesa de mi Vudú urbano. Invitado a su departamento, donde convivían pacíficamente estampas y esculturas de rinocerontes, su animal preferido, Christian me habló de sus antepasados argentinos: se remontaban nada menos que a Juan Manuel de Rosas. Una sobrina nieta del restaurador, Eduarda García-Mansilla (hija de Eduarda Mansilla, primera novelista argentina, autora de El médico de San Luis), se casó en Francia con un Barón Marrier de la Gatinerie, hijo de una familia de marinos normandos y bretones; tuvieron ocho hijos, entre ellos, la abuela de Christian. Me sorprendió que supiera que la unión de ambos apellidos mediante un guión había tenido por intención la de reconciliar simbólicamente a las dos facciones enemigas del país: los Mansilla, federales, y los García, unitarios.

Durante años insistí para que publicase la que considero la obra cumbre del siglo XIX argentino, inédita en francés, sólo equiparable al Facundo y muy por encima del demagógico Martín Fierro: Una excursión a los indios ranqueles, de su antepasado Lucio V. Mansilla. Las dificultades de traducción, larga y exigente de conocimientos históricos y de contexto, postergaron indefinidamente esa edición, que solo ahora se anuncia, como si en el ocaso de su vida Christian hubiese sentido una obligación hacia esa rama de su familia, distante pero siempre presente en su conversación.

Christian Bourgois no solo fue un devoto de la literatura, miembro ilustre de esa especie menguante que, como una cofradía, se entiende por contraseñas (el nombre de un autor poco conocido, una cita de la que no se considera necesario mencionar la fuente) sino un señor de la edición, con la ambición y la capacidad de poner los medios menos sensibles del capitalismo tardío al servicio de una noción de la cultura hedonista, ajena a toda pedantería, solo interesada por gozar de la conversación de quienes se aprecia la palabra escrita.


La Nación, Buenos Aires, Sábado 5 de enero de 2008. 
Suplemento ADN Cultura.


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