martes, 11 de diciembre de 2012

Culturas y civilizaciones / Plagio de Bryce Echenique


Texto original
Cristóbal Pera
Culturas y civilizaciones
http://www.jano.es/ficheros/sumarios/1/0/1581/92/1v0n1581a13081028pdf001.pdf
Octubre de 2005



PLAGIO DE BRYCE ECHENIQUE


Nexos
Número actual
OCTUBRE, 2012
Octubre 2012
INICIO    >    COLUMNA INCÓLUME - CULTURAS Y CIVILIZACIONES


01/10/2006
Columna incólume
Culturas y civilizaciones
Alfredo Bryce Echenique 

Tan elusivo y ambiguo como el concepto de cultura es el de civilización, ambos complejísimos artefactos humanos. ¿Qué diferencias existen entre las innumerables culturas y las escasas civilizaciones? En las definiciones normativas de los diccionarios la cultura precede a la civilización y ésta supone un progreso para la sociedad humana. Desde esta interpretación optimista y complaciente, la palabra civilización ha generado una serie de expresiones binarias, en las que sus “benéficos” conceptos se acoplan con otros contrarios y peyorativos: civilización/barbarie, civilizado/incivilizado, progreso/retraso, refinamiento/rudeza, luz/tinieblas. En su genial El corazón de las tinieblas, el novelista Joseph Conrad pone en boca de Marlow, el narrador: “Nuestra refinada sociedad confiere a la vida humana, y con razón, un valor desconocido por las comunidades bárbaras”.

Históricamente, el espacio civilizado ha sido un espacio cultural, con gran capacidad innovadora en la creación y en la construcción de artefactos, un espacio dinámico, con una vocación expansiva que Spengler calificó en La decadencia de Occidente de “fatal y demoníaca”, y que desarrolló según él el poder suficiente para invadir, dominar y expoliar y, en definitiva, colonizar otros espacios culturales y/o civilizados, a los que impuso, hasta donde le fue posible, su visión religiosa del mundo y del fin de la vida humana, con sus códigos de comportamiento. Desde este arrogante y arrollador ejercicio de dominio sobre otras culturas y civilizaciones, de estas conquistas -transmutadas en “sagrada misión de la civilización”- han surgido otros emparejamientos esclarecedores de sus verdaderos objetivos, más allá de la retórica del poder, tales como civilización/barbarie, civilización/colonización, civilización/imperio y metrópolis/colonias.

La historia de las civilizaciones que en el mundo han sido y desaparecido, y de las que todavía son -seis en el mundo contemporáneo, según Samuel P. Huntington (The clash of civilizations. 1996)-, ha sido escrita por las civilizaciones dominantes y de preferencia por la civilización occidental, desde una perspectiva eurocéntrica, teñida con frecuencia de soberbia racista. Esta predominante visión occidental se hace aún más explícita en otras obras del mismo autor, como El choque de las civilizaciones, en la que se predicen las líneas sobre las que se desarrollará el conflicto entre el Islam y Occidente y, a la postre, entre Occidente y “los demás” -The West versus the rest.

Si más allá de los discursos retóricos nos situamos en la perspectiva de la sociedad del conocimiento, ¿qué es una civilización?, ¿qué la diferencia de una cultura? La palabra civilización -que comienza su andadura en la Europa del XVIII- postula etimológicamente a las ciudades, a su construcción y desarrollo expansivo, como espacios culturales en el seno de cuya arquitectura -un extraordinario artefacto humano- se ha logrado concentrar, a lo largo de un proceso histórico, una masa crítica de ciudadanos capaz de generar un sinnúmero de innovadores artefactos junto a modos de comportamiento convertidos en refinadas prácticas civilizadas.

Cultura y civilización son muy diferentes: cultura existe donde quiera que se agrupen para sobrevivir seres humanos -desde el paleolítico a los grupos nómades que pululan, víctimas de hambruna, en los desiertos de Sudán-, mientras que civilización es una cualidad de la cultura peculiar de las ciudades. Desde este punto de vista la palabra civilización sería un sinónimo superfluo de la palabra cultura, porque, al fin y al cabo, los pueblos no tienen civilización, tienen cultura.

Las ciudades, esos complejísimos artefactos construidos con la acumulación de conocimiento, y edificadas para trabajar con ese conocimiento, no sólo han sido el origen de las civilizaciones, sino que siguen siendo su matriz. El poder de la llamada civilización occidental se funda precisamente en que ha reunido a las culturas dotadas de la mayor capacidad de creación de artefactos, a las poseedoras de la mayor potencia tecnológica para dominar -y destruir- el mundo.

Desde este punto de vista, en el que se conjugan conocimiento y poder, ¿qué nos aporta seguir insistiendo en los vacíos discursos acerca de las civilizaciones? En plena sociedad del conocimiento, en las modernas ciudades multiculturales del mundo occidental, no se enfrentan civilizaciones sino culturas, en posesión de mayor o menor conocimiento y, en consecuencia, de mayor o menor poder para dominar a los otros. Por estas razones, Edward Said (El choque de las ignorancias, Barcelona 2002) rechaza las tesis de Huntington y argumenta que el choque de civilizaciones sería en realidad un “choque de ignorancias”, al que añadiríamos “el choque del menosprecio intercultural”.

En las ciudades multiculturales de Occidente el reto de conseguir la convivencia de culturas dominantes con culturas que se sienten históricamente menospreciadas, y en cuyo seno ha sido fecundada la semilla del resentimiento, es una tarea extraordinariamente compleja y dificultosa.

Por el contrario, para aterrorizar a los pertenecientes a la cultura dominante mediante una masacre indiscriminada de quienes habitan en estas ciudades, los artefactos necesarios son tan sencillos como una mochila repleta de explosivos. Pero incluso, para artefactos muy complejos en su creación y construcción -aviones, misiles, internet-, el aprendizaje de su manejo, como instrumentos de destrucción, es relativamente sencillo. Este es uno de los grandes problemas de nuestro tiempo. n


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