viernes, 15 de enero de 2010

Clint Eastwood / Desmontando a Harry

Clint Eastwood


Desmontando a Harry

De la mano de Invictus y a lomos de una cobertura mediática pocas veces vista, telediarios incluidos, ha desembarcado por fin en nuestras librerías la famosa biografía de Patrick McGilligan sobre Eastwood. Aparecida en 1999 en Inglaterra, su publicación en los Estados Unidos en 2002 motivó una demanda ante los tribunales por valor de diez millones de dólares por intentar destruir la reputación de la estrella. El tema se zanjó con un acuerdo extrajudicial que obligó al crítico a eliminar o modificar algunos párrafos. Menos megatones, la misma mala leche. El resultado es una biografía no autorizada tolerada, pero no para menores.
McGilligan, prestigioso crítico y autor de afamadas biografías (Hitchcok, Lang y Altman, entre otros); de la notable serie Backstory, que recorre la historia de los guionistas (cuatro tomos de momento), y al que hemos podido ver en Hollywood contra Franco de Oriol Porta, afirma que Eastwood “me cayó bastante bien, pero aún tenía reservas” cuando le entrevistó en 1979. Yo que Mcgilligan no intentaría volver a hacerlo, considerando que hablamos de un tipo que suelta un “Aprieta el gatillo, hijo de puta, y te mataré antes de tocar el suelo” cuando un pandillero latino le planta una pistola en la cara, o que al conocer a James Dean y ver que no se levantaba del sofá mientras saludaba le agarra la mano, lo pone en pie de un tirón y le dice: “Maldita sea, tío, levántate cuando hables conmigo”. Procedamos a echar un vistazo provistos, eso sí, del guante de fray Guillermo de Baskerville, pues el libro rezuma veneno.
Para McGilligan, Eastwood es un tirano misógino, manipulador, egocéntrico y violento, al que no le gusta ensayar y no escribe sus guiones (vamos, que lo único que diferencia a Eastwood de los grandes maestros clásicos es un parche en un ojo), que se limita a copiar a sus directores (básicamente, Leone y Siegel), a los que da la espalda una vez los ha asimilado y les ha robado a su equipo técnico. A McGilligan le gusta Leone (“Clint está en deuda con Leone, el primer gran realizador -y sin duda el único- con el que el actor trabajó”), aunque tampoco le ahorra pullas: “Sergio Leone no se lavaba mucho. Era un maníaco del ahorro. Tenía un apetito monstruoso que le convirtió en un oso gordo y malhumorado con el tiempo. Trataba a la gente fatal y su psique poseía una fealdad que se reflejaba en sus películas”. Clint, en cambio, es un director chapucero, vago y de primeras tomas (“aceleraba las escenas si era necesario para terminar antes de tiempo”). Debe su éxito a la suerte, la publicidad, la floja competencia y, cómo no, a los franceses. Al menos, “sabía dónde poner la cámara”.
Como actor es limitado, indolente y perezoso: “Tomó la costumbre de evitar a los directores con ideas claras que pudieran imponerle sus métodos y obligarle a trabajar como actor”, y cantando “pone cara de estreñido”.
“Si alguna vez se quisiera convocar a una reunión a toda la gente a la que Clint ha jodido, habría que celebrarla en el Coliseo de Los Ángeles”. Son palabras de Fritz Manes, amigo de Clint durante cuarenta años, productor de algunas de sus películas y principal delator del libro. Y es que, para McGilligan, Clint “ha dejado a su paso muchas amistades rotas y enemigos implacables”. Según el crítico y sus numerosas fuentes, casi todas anónimas, da lo mismo que se trate de mujeres, compañeros o amigos; cuando dejan de obedecerle los abandona, sin dar la cara eso sí, pues también es un cobarde.
Su tacañería también es legendaria. Según una amiga: “Hace veintitrés años que conozco a Clint y puedo decirle que no le he visto pagar ni una sola vez”. Exige que la Warner le mande cada año el pavo que el estudio regala a sus ejecutivos. Una vez hubo un contratiempo en el envío “y los ejecutivos de Warner, conscientes de la angustia de Clint, reservaron un asiento en un avión comercial para el ave congelada”. Clint no era más espléndido en el plató: “Las tomas opcionales y la repetición de tomas se consideraban un derroche”.
Pero el reguero de resentidos es un arroyuelo comparado con el Amazonas de ligues que anega las más de ochocientas páginas del libro. Una perla cultivada: Clint, al que le gusta que sus chicas le llamen “papi”, tenía una cita. “‘Tendrías que conocer a mi hija, un bombón’. Al final, Clint cambió a la madre por la hija, no sólo con el permiso de la primera, sino con su bendición”. “Lo dejaremos en dieciocho”, respondió interpelado por un amigo sobre la edad de la chica. Cuando éste le preguntó de qué hablaban, Clint dijo: “No hablamos, vemos dibujos animados”.



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