lunes, 11 de mayo de 2015

Alberto Salcedo Ramos / La profesora y el asaltante


Alberto Salcedo Ramos
La profesora y el asaltante
10 de mayo de 2015

La profesora Susan Castro había oído decenas de veces una frase de cajón que se repite en toda América Latina: “la realidad supera a la ficción”. A ella no le gustaba, pero se le vino a la mente poco después de vivir un rato de espanto por las calles de Caracas, a bordo de una mototaxi comandada por un conductor que, inesperadamente, resultó ser un asaltante.


Susan, profesora de literatura, estaba ingresando aquella mañana a la capital de Venezuela en un autobús procedente de Valencia. Necesitaba entregar un último documento para reclamar su jubilación.

Había salido de Valencia a las cinco de la madrugada. El autobús se retrasó debido a que había congestión vehicular en todo el camino. En la bajada de Tazón, Autopista Valle-Coche de Caracas, el embotellamiento se tornó crítico.

Entonces la profesora Susan Castro decidió bajarse del autobús –a la altura de Fuerte Tiuna– y abordar una mototaxi. Seguramente así demoraría menos, pensó, pues los mototaxistas suelen tomar atajos inverosímiles.

La profesora Castro conocía el alto grado de inseguridad que hay en Caracas, pero al tomar su decisión no imaginó que se exponía. No vio ninguna señal amenazante en el mototaxista.

-- Todo lo que te puedo decir es que era un tipo moreno con casco.

De repente, mientras avanzaba por una avenida, el mototaxista desenfundó una pistola y se le arrimó a un automóvil. Susan Castro entró en pánico. Entonces cayó en la cuenta de que ella era la coartada perfecta para el delincuente. Ayudaba a que tuviera la apariencia de trabajador lícito que necesitaba para engañar a los demás.

El hombre perpetró su atraco a mano armada en un semáforo, ante la mirada atónita de los demás conductores.

-- Me puse a rezar con los ojos cerrados –dice la profesora Susan Castro. Rezaba el Ave María y el Padrenuestro mientras me aferraba a la cintura del tipo que me estaba haciendo vivir aquella pesadilla.

Faltaba lo peor: el mototaxista repitió la fechoría cuatro veces más. Así se hizo a un botín variadísimo que incluía teléfonos móviles y billeteras. Cuando Susan supuso que sería la última víctima, sintió que se moría.

Pero entonces se vio al frente de la Biblioteca Nacional, el lugar adonde tenía que llegar.

-- Señora, ya llegamos –le dijo el mototoxista.

En ese momento sacó ciento cincuenta bolívares de su bolso rosado.

-- Señor, usted no me va a atracar a mí, ¿verdad?

Por toda respuesta, el mototaxista contó los billetes.

-- Son ciento veinte –dijo–. Tome su cambio.

Susan entendió que acababa de salvarse. Cualquiera en su lugar se habría alejado inmediatamente, pero ella, curiosa, necesitaba saber por qué el mototaxista no la asaltó. Al plantear su pregunta creyó percibir en el tipo un gesto de dignidad ofendida.

-- Yo no atraco a mis clientes.

Fue entonces cuando Susan recordó la frase que no le gustaba (“la realidad supera a la ficción”). Sin duda es una frase tonta, se dijo, pero qué bueno es quedar con vida para decirla.

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