domingo, 21 de junio de 2015

Juego de tronos, letal

J.J. Murphy

‘Juego de tronos’ letal

La serie que nos deja temblando ha batido su propio récord poético y letal con la muerte del actor J. J. Murphy

BERNA GONZÁLEZ HARBOUR 12 AGO 2014 - 21:45 CEST

Juego de tronos logró tres cosas importantes en la cuarta temporada: 1. Remontar. 2. Cumplir con el anhelo de todo universo de ficción: que cada espectador (¡qué pobre resulta ya esta palabra en tiempos de interacción!) se sienta identificado con sus personajes. Igual que algunos seguimos huyendo en un halcón milenario cada vez que perdemos la espada o nos refugiamos en algún pliegue de la galaxia para intentar restituir la dignidad perdida como jedis abatidos, Juego de tronos nos ha actualizado el imaginario de escondites necesarios, regalándonos disfraces veraces, crudos y divertidos: ¿Quién no se ha sentido alguna vez como un Jon Snow impotente ante esas nevadas aciagas, desterrado en Invernalia o víctima de la ira de un Joffrey cualquiera? ¿Quién no se ha mirado en el espejo de Khaleesi y de su ejército de inmaculados dispuestos a dar todo a cambio de esa falsa libertad? Quien no lo haya hecho, seamos claros, no es de este mundo (real), sino de algún otro (de ficción).


Y... 3. También ha logrado hacer verdad lo que nos temíamos: que más vale no coger cariño a ninguno de esos personajes porque todos, desde las geniales chicas Stark al más malvado de los Lannister, pueden morir. Sin piedad.
Pero ahora, además, la serie que nos deja temblando ha batido su propio récord poético y letal: su último fichaje, el actor J. J. Murphy, ha muerto incluso antes de que se estrene la quinta temporada. El hombre elegido para encarnar al miembro más veterano de la Guardia de la Noche cumplió su sueño al participar en esta gran producción —asegura su agente— y sin más, a los 86 años, como dicen en inglés, “colapsó”. Descanse en paz el anciano actor que seguramente nos conmoverá en otoño y que, veámoslo así, nos ha ganado ya al morir antes de que le maten. Logró su gloria. Donna Tartt nos enseña en El jilguero que todos siempre perdemos, que todo termina mal para todos. Y que pese a ello, aún es posible jugar “con una especie de alegría”.
Disfrutemos el juego como suponemos lo hizo J. J. Murphy. En Invernalia, en Desembarco del rey o en las cálidas tierras de la Khaleesi. Que, si hay que volver a huir, siempre nos quedará el Halcón Milenario. Escoltado esta vez por dragones en siniestra rebelión.

EL PAÍS

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