lunes, 8 de febrero de 2016

Manolo Blahnik / Hay quien tiene 500 manolos

Manolo Blahnik


UN ALMUERZO CON MANOLO BLAHNIK

"Hay quien tiene 500 'manolos' Un disparate obsceno"

Con Manolo Blahnik es fácil hablar de cualquier cosa menos de zapatos. El interés por todo lo que se mueve, siempre que esté relacionado aunque sea remotamente con la belleza, acapara su energía, que es mucha -"soy hiperactivo"-, y su tiempo, que también es mayor que el de los demás, pues solo necesita dormir cuatro o cinco horas para sentirse bien. Y Fidias, Tiepolo, Balzac, Filoctetes, los Madrazo, Visconti, Turner, Mahfuz y otros genios por el estilo se mezclan en una apasionada anarquía verbal durante el almuerzo, que acomete con desgana, tal vez porque lo que él quería comer era un cocido, y su equipo ha dispuesto el restaurante de la terraza del hotel donde se hospeda por ajustes de la agenda.







El diseñador de zapatos iba para diplomático y solo aguantó un semestre




Blahnik (Santa Cruz de la Palma, 1942) es el zapatero más famoso del mundo. Desde 1971, cuando abrió tienda en Londres, millones de mujeres admiran sus zapatos y algunas incluso los compran, previo pago de 520 euros -los más baratos- hasta 4.300, los confeccionados con piel de crías de cocodrilo. "De granja", apostilla.

Iba para diplomático. Su padre, un checo que conoció a la madre -hija de terratenientes plataneros- al atracar su crucero en Santa Cruz, le envió a la escuela diplomática de Ginebra. "Aguanté un semestre. No se imagina qué aburrimiento". Tanteó oficios de corte bohemio y al final se especializó como fotógrafo de moda. Fue el puente hacia un sector donde controla varias fábricas en Milán y 182 puntos de venta.

Era ya un diseñador legendario -Jackie Onassis fue clienta fiel- cuando Sarah Jessica Parker le popularizó a escala planetaria. Su famosísima serie de televisión Sexo en Nueva York es un canto de amor rendido a los manolos. Lady Gaga -"uff, que mujer tan manufacturada"- los cita en sus canciones y Madonna colgó en la web: "Los manolos son mejores que el sexo". "Me temo que es lo que tendré que escribir sobre mi tumba", dice riéndose.


Como es alérgico a la uva fermentada, se asegura de que la zarzuela de tomate, que apenas prueba, no contenga vinagreta. Con la lubina se anima, pero parece que la cocina no le entusiasma. Algo raro en una personalidad tan heterogénea y apasionada: "Cuando vi El Gatopardo quise ser director de cine. Del Partenón vinieron mis estudios de arquitectura. Con Benito Pérez Galdós y Stefan Zweig, que mamá nos leía de pequeños a mi hermana y a mí, quise ser escritor. Siempre me pasa. Me enamoro de las cosas. Ahora estoy leyendo Bouvard y Pécuchet, de Flaubert, y quiero ser jardinero".
Conocida su pasión por Zurbarán, la National Gallery le cedió el cuadro de santa Margarita para una exposición en Londres. "Lo puse en una gran pared. Y debajo coloqué un par de mis estúpidos zapatitos. El conjunto era bonito. Pensaba: ahí está el maestro, y debajo, mi estupidez".
Cada enamoramiento se refleja en su obra. "Quiero los colores de El Gatopardo", ordenó a su taller. Comenta que García Lorca le ha dictado los tonos del modelo Madrid, presentado ayer. "El matiz del albero, el malva y los granas están en el Romancero gitano. Me limito a copiar". Un sistema que ha aplicado en 25.000 diseños, algunos objeto de obsesión. "Sé que en Hollywood hay quien tiene 500 pares de manolos. Qué disparate. Yo hago zapatos para durar. Comprar muchos resulta obsceno".

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